31 mar 2011

LAS VÍCTIMAS NO SON ASUNTO EXCLUSIVO DE PIEDAD, SINO UN LLAMADO URGENTE A LA JUSTICIA

Por: Pbro. Juan José Brito Sotelo
Prefectos de estudios del Seminario de la Inmaculada AR
Diócesis de Chilpancingo-chilapa




La presente reflexión está encaminada a analizar nuestro comportamiento ante las víctimas, ante los que sufren; comentaremos algo nada extraño a nuestra realidad. Pero ¿qué significa ser víctima? ¿Cómo definirla? La víctima no es una “categoría”. De la víctima no podemos hablar conceptualmente, sobre la víctima no puede decirse nada, solamente puede mostrarse. ¿Qué es mostrar la víctima? Es dejar abierto un espacio y un tiempo para que la víctima hable por sí misma, significa tener que narrar su historia y aprender a mirar el mundo, el mundo centrado en la soledad del yo, desde el otro lado. Esto requiere un esfuerzo de imaginación “imaginación aterrorizada”. Recordemos aquí una gran obra que les invito a leer: Los hermanos Karamázov. Obra es de F. Dostoievski. En ella –y quiero que también hagamos nuestro el personaje- Iván Karamázov le formula a su hermano Aliosha la presente cuestión: “Imagínate que tú mismo construyes el edificio del destino humano con el propósito último de hacer feliz al hombre, de proporcionarle al fin, paz, sosiego; más para lograrlo te es absolutamente necesario e inevitable torturar sólo a una pequeña criaturita, digamos, esa pequeñuela que se daba golpes de pecho, de modo que has de cimentar ese edificio en esas lágrimas sin vengar”.
Pero ¿Cómo habla la víctima? ¿Con qué lenguaje se muestra? El lenguaje con el que la víctima se expresa es el grito. Un grito que es, a menudo, un grito silencioso. La víctima grita en su silencio, en su dolor, en su injusticia. Y ese grito es una llamada de atención, precisamente, acerca de la importancia de la pregunta terrible de Iván Karamázov: ¿Estamos dispuestos a edificar el edificio de la felicidad humana a cualquier precio?
El tiempo actual inevitablemente nos hace hablar de las víctimas, ya no se trata de un asunto de piedad, de masoquismo sino un tema que realmente exige justicia. Hoy se habla de justicia sobre todo para recuperar lo que alguien se ha robado o como hoy suele decirse para exigir responsabilidades. Pero también cabe un juicio moral. Hablar de la víctima en sentido moral, es hablar de sus derechos, es hablar de aquellas personas que han sufrido un daño sin ser culpables, por ejemplo, quienes mueren en fuego cruzado o quienes por venganza matan a inocentes y nos preguntamos ¿quién se fija en esas personas más allá de ver a los responsables? Parece que las leyes regulan sobre aquél que cometió el daño material y no se fijan en reparar el daño moral de las víctimas, pero ¿acaso no vale más la vida de un ser querido que cualquier seguro que te pueda ofrecerte la ley? Parece claro que no sólo se trata de buscar a un culpable y llevarlo a la cárcel sino de analizar la situación moral del que sufre inocentemente. No hablamos de las víctimas de una catástrofe natural, sino de las que provoca el hombre voluntariamente. No confundamos víctima con sufrimiento porque los asesinos, los secuestradores o cualquier grupo delictivo cuando son derrotados también sufren pero no se les puede considerar víctimas porque no son inocentes.
La presente reflexión pretende analizar una nueva concepción de justicia, a saber, desde la situación de víctima como lo hemos señalado.
La justicia de las víctimas
No confundir justicia con venganza. La justicia pone los ojos en la víctima, en el daño real que ha padecido y cuestiona el modo cómo pueda repararse dicho daño. La venganza, en cambio, pone sus ojos en el malhechor y lo que se busca es hacérselas pasar a él tan mal como él se lo ha hecho pasar a la víctima. El gran problema hoy es que al confundir los términos lo que se hace es castigar al culpable y olvidar el objetivo de la justicia que es reparar el daño, impedir que se repita, procurar que el criminal sea educado para hacer el bien, entonces la justicia parece y se convierte en venganza.
Pero, pensemos en el resentimiento de la víctima por ejemplo, las madres de aquellos niños que murieron en la guardería de Hermosillo, de tantos asesinatos olvidados por la justicia, de tanta gente que en sus casas no se siente segura porque aunque no tengan culpa, el ejército puede violar su dignidad al atemorizarlos, o lo que es triste, tanta gente en la cárcel pagando largos años de cautiverio por un delito mínimo, mientras otros que tienen una falta realmente grave pronto quedan libres sólo porque en juego hay algo que lo soluciona: el dinero; la gente que se reparte los bienes en abundancia mientras en la montaña alta de nuestro Estado de Guerrero verificamos el municipio más pobre de todo México, los no escuchados chiapanecos, etc. etc. etc., ¿qué les parece? En esos casos y muchos otros que existen ¿en qué consiste el resentimiento? Consiste en una forma de protesta moral contra el olvido de la víctima, de la justicia y en este sentido Walter Benjamin dice “hay que construir una historia que haga justicia a la experiencia de desigualdad que tienen los oprimidos”.
Advertimos algo, no debemos caer en un justicia abstracta, de conceptos, de palabras, de teoría porque si sólo razonamos perdemos de vista al individuo en su singularidad, sólo nos aproximamos a él a tientas, a bulto, sino que la justicia nace cuando nos percatamos de que hay sufrimiento porque es lo que individualiza al hombre decía Hermann Cohen; he aquí al hombre, dijo Pilatos cuando presentó a Jesús después de azotarlo (Jn 19,5). El sufrimiento resume la historia más secreta de cada cual y es la clave de lo que realmente somos. La pregunta por la identidad no es, dice Metz, la de ¿quién piensa? O ¿quién habla?, sino ¿quién sufre?

¿Podremos construir una justicia que privilegie la mirada de las víctimas?

Efectivamente será bueno construir una justicia que atienda a aquellos que han padecido la desgracia, en palabras de W. Benjamin “hay que construir una historia que haga justicia a la experiencia de desigualdad que tienen los oprimidos”. Se trata entonces de no hacer un culto a los conceptos que solo provocan escondernos la verdadera realidad y mostrarnos una realidad a nivel de conceptos, de leyes, normas pero no aplicables a lo que vive el mundo actual. La justicia que mira a las víctimas no significa “igualdad”, sino una justicia que dice “memoria” Aquí está la clave: recordar el pasado y evitar de ahora en adelante que se repita, no más Nazis, no más chupacabras, no más operativos rápidos y furiosos, no más irresponsabilidades que implican aceptar miles de muertes injustas etc.
La memoria recuerda que las desigualdades existentes, causadas en el pasado por el hombre, tienen que ver con el presente. Nuestro presente está construido sobre esas injusticias pasadas y nosotros, los presentes, somos los herederos de ese pasado injusto desde el momento que nos identificamos con la realidad en que nacimos. No somos paracaidistas, venidos de las nubes a un mundo con problemas; somos herederos de un pasado. Unos heredan las fortunas y otros los infortunios, pero tienen en común la responsabilidad.
El papel de la memoria es devolvernos la mirada del oprimido. Ver el mundo con los ojos de las víctimas ¿cómo lo ven? De otra manera, de manera diferente, invertidamente. Por eso se dice: “el testigo ve lo que nuestros ojos no adivinan” Es pues imprescindible ver y oír con la mirada y oído de la víctima si realmente pretendemos conocer la verdad de la realidad en que vivimos. Por tanto, la nueva justica que se propone va en la línea de ver las necesidades concretas, no se trata tanto de aplicar correctamente la ley a ciertos casos sino responder adecuadamente a situaciones concretas; poner cuidado esmerado a la persona concreta más que la preocupación universal; mayor cuidado en la diferencia más que en lo común; más en la responsabilidad que en el derecho; más importante será responder al sufrimiento del otro que definir la injusticia general o abstracta. Esto es fundamental, pues aquí estamos hablando de un determinado tipo de responsabilidad. Si sólo planteamos la justicia desde lo que estipulan las leyes o bien cuando lo verifique la autoridad (si me ven o me comprueban, entonces soy culpable) entonces seré culpable en ciertos casos; pero si entendemos que el sufrimiento del inocente es injusto, seamos nosotros u otros, los culpables, entonces la respuesta será inmediata y se dirigirá a la víctima y no a lo que me marca determinada ley.
Otra característica de la justicia de la memoria es que es universal, pero una universalidad que no consiste tanto en la aceptación por todos de las mismas reglas de juego, sino en el reconocimiento del derecho de todos y cada uno de los hombres, también de los muertos y fracasados, a la recuperación de lo perdido. Ésta forma de universalidad la reconocemos en el cristianismo que evoca por un lado el restablecimiento del estado originario de las cosas y por otro, el anuncio de un nuevo futuro.
Hasta aquí hemos dicho que la memoria nos hace enfrentar el pasado con responsabilidad, pero la pregunta crucial será: ¿la memoria es capaz de hacer justicia a los derechos de las víctimas? Sí lo podemos verificar en tres momentos:
1. La memoria tiene por tarea evitar la repetición de la catástrofe. Si olvidamos el pasado, el crimen pasado, nada impide que el asesino ande suelto. Y que la historia se repita. Si olvidamos la injusticia, entonces todo es posible, todo está permitido.
2. El olvido de las víctimas se convierte en injusticia ¿cómo se entiende? Pensemos por ejemplo en las víctimas del holocausto en la segunda guerra mundial (5 mil judíos asesinados) Recordar esos hechos es reconocer a todo hombre el derecho a la felicidad y por tanto reconocer las demandas de justicia que plantean las víctimas de la historia. Ahora bien, cuando denunciamos no se trata de reclamo porque no se realiza un acto conmemorativo, no se trata de celebraciones de hechos pasados; la denuncia no se refiere al hecho del pasado, sino a que consideremos ese hecho pasado como algo clausurado. Y damos el pasado por clausurado si archivamos todas las causas pendientes con las víctimas del pasado es decir, si nos resignamos a pensar que los muertos bien muertos están y nada hay ya que se pueda hacer por ellos. Y el fenómeno alarmante hoy, es que nos estamos acostumbrando a convivir con la injusticia y no nos extraña ya que aparezcan cinco personas descabezadas en la calle de nuestra ciudad o pueblo. El olvido del que aquí hablamos no se refiere tanto al hecho pasado, sino a los derechos de las víctimas que reclaman por su justicia.
3. Ahora bien, si la memoria es un acto de justicia, entonces no podemos frustrar a las víctimas, ofreciéndoles una justicia retórica, escrita, hablada, o como justa ejercerse hoy “echándose la culpa uno a otro” porque ahora resulta que el operativo “rápido y furioso” nadie lo ordenó […] etc.

A modo de conclusión:
¿Qué sucedería si alguna vez los hombre pudieran defenderse con el arma del olvido de la infelicidad presente en el mundo, si pudieran construir su felicidad sobre el olvido inmisericorde de las víctimas, sobre una cultura de la amnesia en la que sólo el tiempo se encargara de curar las heridas?
Esta pregunta desafía sin lugar a dudas a quienes pretenden construir una justicia al margen de las víctimas, a quienes cada día construyen sistemas insensibles al sufrimiento ajeno. No podemos olvidar a las víctimas para construir una nueva humanidad que desde luego, requiere un nuevo modo de formular las leyes. Las leyes deben construirse desde la actitud responsable del hombre que mira hacia atrás, hacia los caídos y desde allí transforma su presente, porque no podemos comenzar de cero, justamente porque hemos nacido en un contexto muy particular y somos deudores de de una historia que nos exige vivir responsablemente.

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